¿Puede alguien imaginarse un país sin escuelas, maestras ni maestros?

Los seres humanos, todos y todas, pasamos gran parte de la vida en el seno del sistema educativo, en manos de maestras y maestros, aprendiendo a relacionarnos ética y productivamente con la naturaleza y la sociedad.

En los colegios de Bogotá, los niños, niñas y jóvenes, aprenden a interactuar en paz, a asumir un enfoque de derechos, a reconocer y respetar los derechos humanos; producen aprendizajes esenciales para su inserción social, en lo personal, en lo académico y en el mundo del trabajo; alimentan y se inscriben en una identidad nacional; asumen nuestra práctica cultural.

La arquitectura social y política asigna a los maestros, maestras y directivos docentes; o, en sentido más preciso, a la institución escolar, la misión de asumir y acompañar a todas y todos, generación tras generación, en dichos procesos de aprendizaje.

Además, la sociedad demanda a sus docentes más de lo que por su carácter, misión y formación, pueden dar: contrarrestar los focos de violencia que engendran los grupos de poder consolidados en los barrios, en los alrededores y al interior de los colegios; albergar y alentar a víctimas de la violencia intrafamiliar; lidiar espíritus crecidos en el desafío a la autoridad; sublimar los sentimientos del hambre y la desesperanza mediante el placer de leer, escribir, comprender, aprender, expresar, ser; educar a jóvenes en condiciones de discapacidad; venderle a nuestra juventud la ilusión de que la vida es mas dulce con diploma de bachiller que sin él. Sin embargo, evocar la escuela y el colegio, donde trasegamos desde la infancia hasta la adolescencia, es siempre un ejercicio grato. ¿Quién olvida a quien le enseñó a leer, a escribir, a contar, a cantar? En nuestros recuerdos comunes nunca cesará la algarabía, ni desaparecerán los personajes de los recreos en preescolar, en primaria, en secundaria, en educación media.

Tampoco se desvanecerá la imagen de maestros y maestras y directivos docentes que marcaron nuestra impronta, ayudándonos a resolver encrucijadas: por ello, seguirán siendo nuestros héroes y heroínas. Son además, esos y esas docentes, figuras comunes en los recuerdos de nuestros padres quienes exaltan a maestros y maestras como personajes de alta estima en aquellas épocas, evocando el privilegio de haberlos frecuentado; también la satisfacción de que hubiesen sido ellos, con nombres propios, los formadores de sus hijos.

Hoy, la deferencia social frente a nuestros docentes anda de capa caída. Peor aún el reconocimiento salarial a profesionales con 5 o más años de estudios universitarios con ingresos salariales de entrada que no superan el $1.200.000 y que luego de mas de 20 años de experiencia y con dos títulos universitarios tampoco es superior a los $2.600.000 … algunos expresan que es demasiado. Ni hablar del esperpento jurídico que la profesión docente inspira a gobiernos sucesivos, donde conviven dos estatutos docentes. Dos regímenes diferentes para maestras o maestros que ejercen el mismo trabajo, en el mismo colegio, en horarios y contextos simultáneos.

El galimatías de la evaluación de desempeño, sectorizada y selectiva debe cambiar su carácter punitivo para devenir una herramienta pedagógica, en un sistema integral de evaluación.

En ese marco, la celebración del día del maestro(a), en 2013, nos inspira una doble reflexión y una tarea:

Un acompañamiento decidido a las luchas, por sus derechos, del magisterio colombiano, ad portas de un paro nacional indefinido.

La invitación al combate político: a las acciones por el poder gubernamental que transforme las políticas públicas en aras de la inclusión social y el derecho a una educación de calidad.

La tarea: levantar la bandera de la lucha por la revalorización de la profesión docente.

Las grandes reformas educativas se hacen con los maestros y maestras.

Un abrazo a todas y todos mis colegas docentes y directivos docentes en la celebración de su merecidísimo día.

Tarjeta día del maestro